domingo, 10 de mayo de 2009

Nuestra Señora de Linares

Ya ha llegado el mes de mayo, y con él, el mes festivo por antonomasia en Córdoba. Sería prolijo enumerar la cantidad de fiestas, celebraciones, concursos y cualquier tipo de acto que se celebra durante este mes. Entre los más destacados y conocidos, quizás se encuentren las Cruces de Mayo, recién finalizadas, el concurso de los Patios y la feria de Nuestra Señora de la Salud. Pero hoy no voy a hablar de ninguna de las fiestas referidas, sino de otra que también se celebra por estas fechas y que, sin ser tan conocida y multitudinaria, posiblemente tenga el origen más antiguo de todas ellas. Me refiero a la romería de Nuestra Señora de Linares, que este año ha coincidido con el día de la Cruz, quedando un poco más olvidada que otros años por este motivo.
Como sucede con otros muchos sitios llenos de significado religioso, el santuario de Nuestra Señora de Linares se sitúa en un lugar agreste con una vegetación exuberante; lo que podríamos decir, un lugar idílico –no tenían mal gusto los religiosos de otras épocas para situar sus centros de culto-, aunque las numerosas construcciones que han proliferado en los últimos años por los alrededores están cercando al santuario y están acabando a pasos agigantados con la vegetación del paraje. De todas formas, aún existen zonas en un buen estado de conservación, sobre todo las más alejadas de la ciudad, en dirección a las cumbres de la sierra. La vegetación, de tipo mediterráneo, se convierte así en el complemento indispensable para pasar un magnífico día de campo y disfrutar de la romería, o del típico perol cordobés en cualquier época del año.
El origen del santuario dice la tradición que está en la época de la conquista de la ciudad de Córdoba por parte de Fernando III el Santo, allá por el año 1236. Tomada la zona oriental de la ciudad por las fuerzas cristianas, la noticia llega al rey, que decide trasladarse rápidamente con refuerzos para ayudar a conquistar el resto de la ciudad, aún en poder de los musulmanes. Para ello se dirige hacia el sur, utilizando una de las antiguas vías romanas que aún estaban en uso en esa época –de la que aún se pueden ver restos cerca del santuario de la Virgen de Linares, destacándose un puente romano de un arco que cruza el arroyo Linares-, y una jornada antes de llegar a la ciudad, decide acampar. En el lugar donde acampa se encuentra una antigua atalaya de origen árabe, aún existente integrada en el santuario, donde, según cuenta la tradición, el santo rey decide colocar una imagen de la virgen, ofreciendo una misa antes de atacar la ciudad. Esa virgen será la que se conozca hasta el día de hoy como Nuestra Señora de Linares.
El porqué del nombre de la advocación de la virgen está un poco confuso. Según la tradición, se debería a que el sacerdote que ofició la misa el día que se colocó la virgen allí provenía de la población jiennense de Linares, aunque la versión más plausible sería la de que el término Linares sería la corrupción del nombre que le daban los árabes a las torres vigía. Según esta última versión, el nombre de la virgen vendría a significar algo así como Virgen de la Torre Vigía, al estar situada en el interior de una de ellas.
El caso es que Nuestra Señora de Linares, llamada también la Virgen Conquistadora, o Capitana, debido a la época de su origen, comenzó a tener cada vez más devoción entre los ciudadanos de Córdoba, que con el paso de los años organizaron una cofradía en torno a ella que es la que, tras varias reorganizaciones, ha llegado hasta hoy día.
Para finalizar, querría decir que el origen de la talla tampoco está muy claro. Aunque en principio existiese una talla del siglo XIII, o incluso anterior, seguramente debido a ser de poco valor o a que su estado de conservación fuera deficiente, entre finales del siglo XVI y principios del siglo XVII se tallaría la imagen que podemos contemplar en la actualidad, de un estilo manierista típico de esa época. La imagen sufriría posteriormente varias restauraciones, la última en 1984, donde se le volverían a colocar unos rayos solares que había perdido con el paso de los años y que hacen de ella una virgen inconfundible.