viernes, 20 de febrero de 2009

La Virgen de Luna

Aprovechando que el fin de semana pasado se celebró la romería de la Virgen de Luna de Pozoblanco, voy a comentar un poco sobre la historia de esta celebración que tanto arraigo tiene en dos poblaciones del Valle de los Pedroches como son Pozoblanco y Villanueva de Córdoba, a las que me unen lazos familiares.
El origen de la advocación parece tener su origen en un momento indeterminado del siglo XV cuando, de forma semejante a otras apariciones marianas de la época –un ejemplo sería la Virgen de la Fuensanta-, se aparece la virgen en las ramas de una encina a un pastor de la villa de Pedroche. Cuenta la leyenda que el pastor intentó llevar la virgen a su pueblo, pero que ésta siempre volvía al lugar de la aparición, con lo cual se tomó la decisión de construir allí mismo una ermita para que la virgen dispusiera de un lugar digno. Eso es lo que cuenta la leyenda, y como tal es lo que se ha trasmitido hasta nosotros. La cuestión es que, hubiera aparición o no, en esa época se construye una ermita en medio de la dehesa de encinas, en el mismo lugar en el que se encuentra ahora. El nombre de Virgen de Luna, se debe a que aparece una media luna a los pies de la virgen, lo que parece ser un símbolo de la derrota de los musulmanes a manos de los cristianos. Esto se explica debido a que la aparición se produce en una época en la que eran frecuentes las luchas entre unos y otros, principalmente en una zona fronteriza como era el reino de Córdoba.
Os preguntaréis a qué se debe que la misma patrona sea compartida por dos pueblos, algo que no es demasiado frecuente. Esto es debido a que antiguamente la zona formaba una misma unidad administrativa y territorial, llamada las Siete Villas de los Pedroches, con capital en la villa de Pedroche durante la época que hablamos –aunque posteriormente pasaría la capitalidad a Torremilano y Pozoblanco-. Por tanto, el territorio no estaba dividido como sucede ahora, y la ermita se enclavaba en terrenos que eran comunes a todas las villas. Aunque la devoción empezó siendo común a todas las villas, poco a poco las más alejadas del lugar fueron perdiéndola a favor de otras vírgenes más cercanas, quedando definitivamente en manos de tres, a saber, Pedroche, Pozoblanco y Villanueva de Córdoba. La primera de ellas dice la tradición que un año, debido a las inclemencias del tiempo, no se presentó en la fecha indicada a recoger a la virgen, con lo cual perdió su derecho a llevarla, quedando definitivamente como hoy día, con el patronazgo de Pozoblanco y de Villanueva, que la comparten por igual a lo largo del año.
Y esa es la historia, un poco abreviada, del origen de la advocación de la Virgen de Luna.

viernes, 13 de febrero de 2009

Medina Azahara

Las ruinas de Medina Azahara -o Madinat al-Zahra, que también pueden llamarse de esta manera-, son un lugar que hay que disfrutar sin prisas. Por muchas ocasiones que las hayamos visitado, siempre hay detalles que se nos han podido escapar y que se encuentran escondidos tras el recodo de un muro o junto a un pequeño árbol del jardín. Además, las labores de estudio y restauración que se llevan a cabo sacan a la luz nuevos restos que poco a poco se abren a la visita y que cada vez nos sorprenden más cuando pensamos en todo lo que aún se encuentra enterrado en el yacimiento. Por eso, mi consejo es visitarlo cada cierto tiempo, porque siempre nos encontraremos algo nuevo. Y la mejor época de hacerlo es en primavera, cuando la vegetación de la sierra se encuentra en todo su esplendor y no solo disfrutaremos de la visita a las ruinas, sino también de un magnífico día de campo.
La leyenda dice que la ciudad fue edificada como un acto de amor del califa Abderramán hacia su mujer favorita, Azahara; con el dinero que había preparado para el rescate de prisioneros en tierra de cristianos, y en vista de que no había tales prisioneros, esa cantidad se usó para construir la ciudad.
La realidad fue bien diferente. La ciudad se construyó por orden del recién proclamado califa Abderramán III como afirmación de su nuevo poder, y lo hace a imagen y semejanza de como lo habían hecho anteriormente los califas orientales. Es así como la nueva ciudad se convierte en sede de la corte, una especie de capital administrativa desde la que se dirigían todos los asuntos de estado. El esplendor de la ciudad duró pocos años, pues fue acabada en la segunda mitad del siglo X, durante el reinado de Alhaquén II, hijo de Abderramán, y es a raiz de las guerras civiles, o fitna, que disgregaron el califato en multitud de pequeños reinos de taifas a partir del año 1010, cuando la ciudad es sumida en un estado de abandono.
A partir de esa época, la ruina se va apoderando de los edificios, cuyos materiales son utilizados en construcciones de Córdoba e incluso de otras ciudades más lejanas. No tenemos más que ver la cercana mole del monasterio de San Jerónimo para hacernos una idea del expolio de materiales sufrido por Medina Azahara. Con el paso del tiempo, las ruinas van cubriéndose de sedimentos y van quedando ocultas a los ojos de la gente, incluso su memoria se pierde, cuando varios siglos después de su destrucción se cree que son las ruinas de la antigua ciudad romana de Córdoba –de ahí el nombre de Córdoba la Vieja que se les da- .
Es a partir del siglo XIX, con el interés que despierta en esa época todo lo relacionado con el mundo árabe, cuando las ruinas son identificadas con la ciudad de Medina Azahara. Ese interés culminará en 1910 con el inicio de las excavaciones y posterior reconstrucción de los edificios, un proceso de muchos años que ha llegado a lo que de momento podemos contemplar, y que esperemos que en un futuro sea mucho más, de manera que podamos admirar y conocer la joya que se oculta en las faldas de la sierra.

miércoles, 4 de febrero de 2009

El Balcón del Guadalquivir

Para este fin de semana voy a proponer, si es que el tiempo lo permite, que según dicen no lo va a permitir, un paseo por una zona de la ciudad que ha sufrido una total renovación en los últimos tiempos, y a la cual me encuentro muy ligado, ya que pasé varios años trabajando en ella cuando se urbanizó.
Se trata del Balcón del Guadalquivir, esa gran zona ajardinada que se extiende entre el molino de Martos hasta pasado el puente del Arenal, un lugar ideal para pasear al sol en los frescos días de invierno, mientras contemplamos el paisaje que se extiende a nuestro alrededor.
Varios son los puntos de interés que hay que destacar. Empezando por el punto más cercano a la Ribera, nos encontramos con la pequeña ermita de los Santos Mártires. Aunque a primera vista pueda parecer una obra de gran antigüedad, dado su estilo entre románico y gótico, se fecha en el año 1881, cuando se levantó allí en conmemoración del antiguo convento que hubo en el mismo lugar, y que la Desamortización se llevó por delante y que, según dicen, se construyó sobre el lugar en que ajusticiaron a San Acisclo y Santa Victoria.
Muy cerca de la ermita se encuentra el molino de Martos, llamado así por encontrarse junto a la antigua puerta de Martos que había en la muralla allí existente. Fue este un antiguo molino harinero que a mediados del siglo XVI se transformó en batán para trabajar la lana. Posteriormente, una vez perdida su utilidad, quedó como punto de reunión de los bañistas que allí se congregaban y, una vez desaparecida esa “playa” de Córdoba, lo dejaron a su suerte, hasta que hace pocos años fue restaurado y convertido en museo. Junto al molino, y paralelo al muro, queda gran parte del azud que desviaba las aguas hacia el molino, aunque en la actulidad se encuentra oculto por la vegetación, que da cobijo a un sinfín de aves para las que la zona es un verdadero paraíso.
Desde ese punto, se puede caminar por las terrazas que componen el parque, entre sus estanques, o por los caminos que discurren entre el césped, cualquier lugar es bueno, hasta llegar al otro lado del puente del Arenal. Allí encontraremos unos restos arqueológicos que son parte de la llamada parada de san Julián, una infraestructura ligada a la existencia del molino que se descubrió durante la ejecución de las obras, y que quedó ahí como testigo de lo que antiguamente hubo en el lugar.
Para finalizar, y no quiero extenderme más de la cuenta, solo invitaros a subir al mirador que hay en el centro del parque, desde el que podréis contemplar una magnífica vista del casco histórico, con la mezquita en primer plano y la sierra al fondo. Una vista única que si la visita se hace al atardecer, llega a ser algo inolvidable por los tonos entre rosas y anaranjados que podremos disfrutar en el cielo.